Cada 22 de marzo se celebra el Día Mundial del Agua, fecha para reflexionar sobre la importancia de este elemento sagrado que da vida. Los Pueblos Indígenas tienen un vínculo de respeto con su entorno natural, de cuidado de la biodiversidad, en la que el agua es valiosa en todos sus ciclos, esencial para la vida, permitiendo la supervivencia individual, comunitaria y colectiva de los seres que habitan el planeta. Además mantienen una conexión espiritual ancestral desde su cosmovivencia y su cultura con el agua, por lo que se establecían geográficamente cerca de lugares donde esta abunda: ojos de agua, ríos, lagunas, manantiales. En la actualidad, en muchos casos, el avance de las fronteras agrícolas y del extractivismo impide, cada vez más, que pueden hacerlo.
La frase El agua vale más que el oro –que expresa el valor y la importancia que tiene en los territorios, en las Comunidades y para la humanidad entera– impulsa y anima fuertes luchas en defensa del agua, como la de NO A LA MINA en Esquel, Chubut; también en Andalgalá y Tinogasta, Catamarca; Famatina, La Rioja, y muchas más que son expresión de la decisión popular de defender de este sagrado bien natural.
El Papa Francisco, en el Seminario “Derecho Humano al agua”, organizado por la Pontificia Academia de las Ciencias en 2017, expresó: …“Es necesario otorgar al agua la centralidad que merece en el marco de las políticas públicas. Nuestro derecho al agua es también un deber con el agua. Del derecho que tenemos a ella se desprende una obligación que va unida y no puede separarse. Es ineludible anunciar este derecho humano esencial y defenderlo —como se hace—, pero también actuar de forma concreta, asegurando un compromiso político y jurídico con el agua. En este sentido, cada Estado está llamado a concretar, también con instrumentos jurídicos, cuanto está indicado por las Resoluciones aprobadas por la Asamblea General de las Naciones Unidas desde 2010 sobre el derecho humano al agua potable y al saneamiento. Por otra parte, cada actor no estatal tiene que cumplir sus responsabilidades hacia este derecho.
El derecho al agua es determinante para la sobrevivencia de las personas y decide el futuro de la humanidad. Es prioritario también educar a las próximas generaciones sobre la gravedad de esta realidad. […]
El respeto al agua es condición para el ejercicio de los demás derechos humanos. Si acatamos este derecho como fundamental, estaremos poniendo las bases para proteger los demás derechos. Pero si nos saltamos este derecho básico, ¿cómo vamos a ser capaces de velar y luchar por los demás? En este compromiso de dar al agua el puesto que le corresponde, hace falta una cultura del cuidado. […] Es preciso unir todas nuestras voces en una misma causa; ya no serán voces individuales o aisladas, sino el grito del hermano que clama a través nuestro, es el grito de la tierra que pide el respeto y el compartir responsablemente un bien que es de todos. En esta cultura del encuentro, es imprescindible la acción de cada Estado como garante del acceso universal al agua segura y de calidad”.