El 11 de octubre de 1492 fue el último día en que los Pueblos Indígenas de América pudieron llevar adelante su vida de manera normal y propia, con libertad cultural y territorial.
El 12 de octubre de 1492 llegaron a estas tierras la avidez y el autoritarismo, bases del capitalismo desmedido que impera hasta hoy. Se constituyó desde ese momento histórico el primer gran etnocidio de este continente, enmarcado en un prolongado, brutal y sangriento proceso de conquista y sometimiento por parte del colonialismo europeo.
El músico, cantautor, poeta y antropólogo Patricio Guerrero Arias en su libro Corazonar desde las sabidurías insurgentes el sentido de las epistemologías dominantes, para construir sentidos otros de la existencia, plantea que si bien los procesos de independencia de los diferentes países en América enfrentaron el colonialismo, también posibilitaron la continuidad de la colonialidad, “de una matriz colonial-imperial de poder que opera para el control absoluto de la vida, de lo político, de lo económico, de la naturaleza, de la espiritualidad, de la cultura; pero sobre todo, para el control de los saberes, de las subjetividades, de los imaginarios y los cuerpos, así como de las afectividades”.
Describe Guerrero Arias, “dos construcciones ideológico- político- sociales se vuelven claves para el ejercicio de la colonialidad: el ‘universalismo’ y el racismo. Por un lado, el ‘universalismo’ naturaliza y legitima la superioridad de los dominadores; en su nombre, Europa legitima el derecho que se atribuye a sí misma, de ejercer la dominación y justificar su tarea civilizatoria sobre los ‘otros’ pueblos, sociedades y culturas, a las que mira como salvajes, primitivas, sub-desarrolladas o pre-modernas, para llevarnos e imponernos desde entonces, su civilización, su desarrollo, su modernidad. Mientras que, por otro lado, el racismo naturaliza y biologiza la inferioridad de los dominados; la raza y el racismo se vuelven los ejes de las configuraciones geo-políticas que determinan la producción y reproducción de la diferenciación colonial, que imponen la clasificación, jerarquización y subalternización de seres humanos, sociedades, conocimientos y culturas”.
Esta descripción se puede considerar como el fenómeno de base de los atropellos – saqueo, muerte, dominación absoluta- sufridos por los Pueblos Indígenas, que fueron sucediéndose constantemente y continúan hoy.
Como lo señala José Luis López[1], “el concepto de descolonización ha dejado de plantearse en el mero ámbito político, convirtiéndose en una necesidad vital: esto es, si queremos seguir viviendo en este planeta, debemos descolonizarnos, dejar de pensar, sentir y actuar con el modelo de desarrollo implantado en Latinoamérica, de visión hegemónica y de pensamiento único, y comenzar a pensar, sentir, y actuar con un enfoque nuevo, pluricultural, plurisocial, como nuestra realidad latinoamericana”.
[1] López, José Luis, en Descolonización en Bolivia, Análisis y Debates, Marcelo Lara, compilador, Centro de Investigaciones y Políticas Sociales CIPS-Oruro, Bolivia, 2011, pág. 94.