El capitalismo y la biodiversidad

El capitalismo  busca  igualar, esa es una herramienta fundamental de  su desarrollo, por  ello   busca destruir  la biodiversidad con la excusa del progreso, pero no  lo hace de una manera llana y directa, tiene sus subterfugios. Nos referimos a ese capitalismo que alrededor de 1970 se empezó a llamar “salvaje” y que impera hoy.

Su eje está fundado sobre la posibilidad de hacer fructificar el dinero obteniendo intereses y desde ahí ha dividido a la sociedad en estratos. Esto empezó a fines de la Edad Media y siguió después. El salario igualó a los empleados y la ganancia a los empleadores.

La forma en que tratamos al monte, al bosque, a la selva, refleja el modo en que actuamos como sociedad. Ilustración: Gentileza-Twitter.

 Algunas religiones tienen su parte cómplice, porque también están sus referentes estratificados  que invitan al conformismo, a los que no están preparados para buscar pasar al piso superior,  porque en “la otra vida” seremos todos iguales, la clase más alta con la más pobre, por lo que no hay que luchar por un cambio; los partidos políticos hacen promesas similares, pero más terrenales.

Cuando se iguala, en la moda, por ejemplo, se unifica, se eliminan criterios personales y se marcan tendencias que deben ser seguidas para estar en ese segmento social o quedar en el otro.

En las plazas en los años 70/80 se podía ver una franja azul sentada en el pasto, eran los vaqueros, uniforme de una época, incluso Levis lo fue en la Rusia de hoy.

Disfrazarse de  pobre usando pantalones rotos  es una postura, incluso los de bajos recursos lo hacen  exagerando las roturas: “Yo soy más pobre que vos”, es una moda que cuando tiene marca resulta ser, paradójicamente, cara. La masificación, enemiga de  la diversidad, nos persigue y muchas veces nos alcanza. No compramos, el sistema nos vende, no medimos si lo que adquirimos es lo que precisamos o supera nuestras necesidades.

Igualar es la regla capitalista, igualar al pobre con el pobre, al miembro de la clase media con su par, mientras que una clase social emergente -con justicia- busca hacerse un lugar en esa “media” soñando con ser rico y mejorar su casa o mostrarse como la estrella de cine, televisión o el político de turno. Es la zanahoria que el capitalismo pone, y en los medios publicita “Juan, de hacer medialunas caseras a vender millones por la red”.

Igualar con el teléfono o el reloj caro, la ropa de marca y que se vea, es la otra cara del bosque silencioso de pinos o eucaliptos, de una formación en la educación formal que no pretende ayudar a desarrollar el análisis sino completar contenidos y un Estado que no pretende otra cosa. Los que puedan pagar una educación privada accederán a una Universidad, teniendo la posibilidad de empezar y terminar sus carreras. Los otros quedarán igualados en la chatura generada por el capitalismo que precisa de mano de obra barata y consumismo.

Maestros y médicos mal pagados, resultan en educación y salud mediocres, mientras unos pocos dueños de los medios de producción siguen mostrando la zanahoria que nos lleva a creer que debemos trabajar más para ganar más y tener más. Nos dicen que el sistema capitalista genera movilidad social gracias a la supuesta libertad laboral que permitiría al empleado cambiar de empleador si no está a gusto, una maravillosa utopía.

Esto no es una cuestión de  democracia o no, la democracia  es -sin duda- la mejor forma de  gobierno, sin corruptos claro.

Dijimos  ¡Nunca Más! es cierto, apostamos a  la democracia y, mal o bien la  mantenemos, pero  no tenemos un horizonte de  país. Que  alguien pase  hambre en  la Argentina es inconcebible,  que  los alimentos básicos y los medicamentos paguen IVA o cualquier  otro tipo de impuesto es inmoral, como lo es que los laboratorios farmacéuticos se enriquezcan a costa de los enfermos y las enfermedades.

Todos somos iguales ante la ley, debería ser cierto, pero para que esa igualdad sea verdad se deben considerar nuestras diversidades, y a ellas el capitalismo quiere eliminarlas, tardamos de 1853 a 1994 en aceptar, en nuestra ley suprema, la preexistencia de los Pueblos Indígenas, antes pasamos por la reforma constitucional de 1949 que nos decía que todos  los argentinos somos iguales sin reconocer derechos anteriores al Estado Nacional. Aunque no se lo crea, una concepción capitalista en una constitución aparentemente social.

La forma en que tratamos al monte, bosque, selva, es un reflejo del modo en que actuamos como sociedad, la empresa cumple los plazos y términos legales, iguales para todas, y se le autoriza el apeo igual que a todas, porque el capitalismo se alimenta con dinero, precisa generarlo hoy -no importa el futuro-, hacerlo circular, mostrar posibilidades de igualar que no son más que espejismos generalmente, opciones de crecimiento personal para entrar a un estrato e igualarse en él.

Este “ismo” – sistema-  pone a los bienes económicos por encima de la vida a futuro, precisa mantenerse, crecer, desarrollarse ya, la biodiversidad tiene  sentido para él en cuanto a su valor pecuniario, por lo tanto es solo una reserva económica, cuando precisa capital comienza la tala.

“No es destrucción es progreso” el discurso que nos  lleva al desierto.

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