El 3 de marzo de 1816 la heroína Juana Azurduy venció a las tropas españolas en lo que hoy es Bolivia. Fue nombrada teniente coronel, siendo la primera mujer con rango militar en todo el mundo. En el Mes de la Mujer recordamos su inmenso legado.
Comprometida con la revolución y la guerra contra los realistas en la región del Alto Perú, su figura es interesante e importante por varias razones. No sólo porque ella representó la lucha armada de la población indígena y mestiza de su pueblo, agobiada por siglos de presión colonial, sino también porque fue una mujer que se involucró en la causa independentista y tomó las armas en una sociedad que no permitía el acceso de las mujeres a la vida política.
Fue querida por las poblaciones campesinas y los Pueblos Indígenas y respetada por el gran Manuel Belgrano, que luego de una batalla le entregó su sable, bendijo su uniforme y confió en ella. También fue comandante de las tropas en la Guerra de las Republiquetas bajo el mando de Martín Miguel de Güemes. Grandes logros construyó Juana.
“Juana Azurduy de Padilla brilló como la estrella más incandescente de las batallas por construir nuestra Patria Grande, siempre atravesada de combates ganados y perdidos, de olvidos de sus héroes siempre abandonados al borde del camino de la historia y siempre, como ella, recuperados para la memoria que no cede en redescubrir a Juana, madre de nuestro destino latinoamericano. Nació en Toroca, Potosí, actual Bolivia, el 12 de julio de 1780, cuando Latinoamérica era un territorio vasto e inabarcable, asolado por las tropas de Pío Tristán y Juan Manuel de Goyeneche, impiadosos y crueles soldados del imperio español”[1].
Juana fue hija de una mestiza, que le enseñó lengua Quechua, y de un hacendado blanco, con alto poder adquisitivo, con quien aprendió a ser una jinete destacada, pero tuvo una infancia mezclada entre la fortuna y la orfandad. Tenía siete años cuando sus padres fallecieron. Fue criada por sus tíos y luego fue pupila en un convento en Chuquisaca, donde le llegaron las ideas de la Revolución Francesa pero, sobre todo, la memoria aún viva de la sublevación del inca José Gabriel Condorcarqui o Túpac Amaru II y su asesinato en el Cuzco en 1781.
En 1802 contrajo matrimonio con Manuel Ascencio Padilla, con quien tuvo cinco hijos. Tras el estallido de la revolución independentista de Chuquisaca, el 25 de mayo de 1809, Juana y su marido se unieron a los ejércitos populares, creados tras la destitución del virrey y al producirse el nombramiento de Juan Antonio Álvarez como gobernador del territorio. El caso de Juana no fue una excepción; muchas mujeres -olvidadas- se incorporaban a la lucha en aquellos años.
Juana con su marido organizo el escuadrón que sería conocido como “Los Leales”, el que debía unirse a las tropas enviadas desde Buenos Aires para liberar el Alto Perú. Durante el primer año de lucha, Juana se vio obligada a abandonar a sus hijos y entró en combate en numerosas ocasiones, ya que la reacción realista desde Perú no se hizo esperar. La Audiencia de Charcas quedó dividida en dos zonas, una controlada por la guerrilla y otra por los ejércitos leales al rey de España.
En 1810 se incorporó al ejército libertador del Gral. Manuel Belgrano, que quedó muy impresionado por el valor de Juana en combate.
Mención especial merece la intervención de Juana Azurduy en la región de Villar, en el verano de 1816. Su marido tuvo que partir hacia la zona del Chaco y dejó a cargo de su esposa esa región estratégica, conocida también en la época como Hacienda de Villar. Esta zona fue objeto de los ataques realistas, pero Juana organizó la defensa del territorio y, en una audaz incursión, arrebató ella misma la bandera del regimiento enemigo y dirigió la ocupación del Cerro de la Plata. Por esta acción y con los informes favorables de Belgrano, el gobierno de Buenos Aires, en agosto de 1816, decidió otorgar a Juana Azurduy el rango de teniente coronel de las milicias, las que eran la base del ejército independentista de la región.
Tras hacerse cargo el general José de San Martín de los ejércitos que pretendían liberar Perú, la estrategia de la guerra cambió. San Martín quería atacar Lima a través del Pacífico, por lo que era necesaria la liberación completa de Chile. Esta decisión dejó a la guerrilla del Alto Perú en condiciones muy precarias; Juana y su marido vivieron momentos extremadamente críticos, luego de la muerte de sus cuatro hijos por malaria.
Poco tiempo después, durante el embarazo de Luisa, su quinta hija, Juana se quedó viuda tras la muerte de su marido en la batalla de Villar, el 14 de septiembre de 1816. Desde ahí se halló en una situación desesperada: sola, embarazada y con los ejércitos realistas controlando eficazmente el territorio.
Tras dar a luz a una niña, se unió a la guerrilla de Martín Miguel de Güemes, que operaba en el norte del Alto Perú. A la muerte de este caudillo se disolvió la guerrilla del norte, y marcó el fin de la guerra para Juana, momento a partir del cual se vio obligada a malvivir en la región de Chuquisaca.
Luego de la proclamación de la independencia de Bolivia en 1825, Juana Azurduy intentó en numerosas ocasiones que el gobierno de la nueva nación le devolviera sus bienes para poder regresar a su ciudad natal, pero a pesar de su prestigio no consiguió una respuesta favorable de los dirigentes políticos.
En 1826, Simón Bolívar, acompañado por el mariscal Antonio Sucre, la visitó para homenajearla. Dijo, entonces: “Este país no debería llamarse Bolivia sino Padilla o Azurduy, porque son ellos los que lo hicieron libre”. Le concedieron una pensión que sólo la mantuvo hasta 1830, cuando Sucre y Bolivar murieron. Juana, entonces, crió a su hija y adoptó a un joven discapacitado llamado Sandi, cuando Luisa se casó y se fue de su lado.
Murió en Jujuy a los 82 años de edad, en una pieza alquilada, en la más completa miseria, olvidada: su funeral costó un peso y fue enterrada en una fosa común. Sólo póstumamente se le reconocerían el valor y los servicios prestados durante toda su vida.
Juana brilló para construir una patria con Pueblos Unidos, siempre atravesada de combates ganados y perdidos, olvidada por sus héroes, poco reconocida por la historeografía conservadora, pero nunca por sus comunidades, quienes la recuerdan como la más protectora.
“Juana Azurduy, flor del alto Perú, no hay otro capitán más valiente que tú”, le cantó Mercedes Sosa en su álbum “Mujeres Argentinas”, una canción que sigue sonando como prolongación de su lucha por la libertad de estas tierras.
[1] Seoane, María – 2022 – Revista Caras y Caretas – Buenos Aires, Argentina – Grupo Octubre.