Dentro de la historia de la Argentina naciente, en el compromiso de esta gran mujer, se puede reconocer lo padecido por centenares de personas que lucharon por su territorio y fueron olvidadas, héroes de las luchas por la independencia y luego condenados a la miseria y al abandono. Por su condición de afrodescendiente y de mujer, a María Remedios del Valle, la marginación la llevó a la mendicidad, hasta que un jefe que fuera su compañero de armas, la reconociera. Aún así, como prolongación de sus penurias, el silencio pesó sobre su actuación valiosa hasta no hace tanto tiempo, como muchas de las campesinas, Indígenas, artistas, luchadoras que fueron un pilar importante en la independencia de estas tierras.

María Remedios del Valle nació en Buenos Aires -entonces capital de la provincia o gobernación del Río de la Plata, en el Virreinato del Perú- en 1766 o 1767, fue una militar argentina, una de las llamadas “niñas de Ayohuma”, aquellas que asistieron al derrotado ejército de Manuel Belgrano en esa batalla.
Afrodescendiente argentina, actuó como auxiliar en las Invasiones Inglesas y tras la Revolución de Mayo acompañó como auxiliar y combatiente al Ejército del Norte durante toda la guerra de Independencia de la Argentina, lo que le valió el tratamiento de “Capitana” y de “Madre de la Patria” y, al finalizar sus días, el rango de Sargento Mayor del Ejército. En su honor, la Ley Nº 26852 establece el 8 de noviembre como el “Día Nacional de los Afroargentinos y de la cultura afro”.
Durante la Segunda Invasión Inglesa al Río de la Plata, María auxilió al Tercio de Andaluces, uno de los cuerpos milicianos que defendieron con éxito la ciudad. Según un parte del comandante de ese cuerpo, “durante la campaña de Barracas, asistió y guardó las mochilas para aligerar su marcha a los Corrales de Miserere”.
Al concretarse la revolución del 25 de mayo de 1810 y organizarse la primera expedición auxiliadora al Alto Perú, conformando lo que luego se denominaría Ejército del Norte, el 6 de julio de 1810, María se incorporó a la marcha de la 6ª Compañía de artillería volante del Regimiento de Artillería de la Patria, al mando del capitán Bernardo Joaquín de Anzoátegui, acompañando a su marido y sus dos hijos (uno de ellos adoptivo), quienes no sobrevivieron a la campaña.
Allí continuó sirviendo como auxiliar durante el exitoso avance sobre el Alto Perú, en la derrota de Huaqui y en la retirada que siguió. Antes de empezar la batalla de Tucumán se presentó ante el general Manuel Belgrano para pedirle que le permitiera atender a los heridos en las primeras líneas de combate. Belgrano, reacio por razones de disciplina a la presencia de mujeres entre sus tropas, le negó el permiso, pero al iniciarse la lucha, Del Valle llegó al frente alentando y asistiendo a los soldados quienes comenzaron a llamarla la “Madre de la Patria”. Tras la decisiva victoria, Belgrano la nombró Capitana de su ejército.
Tras vencer en la batalla de Salta, Belgrano fue derrotado en Vilcapugio y debió replegarse. El 14 de noviembre de 1813 las tropas patriotas se enfrentaron nuevamente a las realistas en la batalla de Ayohuma y fueron nuevamente derrotadas. María combatió, fue herida de bala y tomada prisionera. Desde el campo de prisioneros ayudó a huir a varios oficiales patriotas. Como medida ejemplificadora, fue sometida a nueve días de azotes públicos que le dejaron cicatrices de por vida. Logró escapar y reintegrarse al ejército argentino donde continuó siguiendo a las fuerzas de Martín Miguel de Güemes y Juan Antonio Álvarez de Arenales, empuñando las armas y ayudando a los heridos en los hospitales de campaña.
Finalizada la guerra y ya anciana, regresó a la ciudad de Buenos Aires, donde se encontró reducida a la indigencia. Según relata el escritor, historiador y jurisconsulto salteño Carlos Ibarguren (1877-1956), quien la rescató del olvido, María Remedios del Valle vivía en un rancho en la zona de quintas, en las afueras de la ciudad y frecuentaba los atrios de las iglesias de San Francisco, Santo Domingo y San Ignacio, así como la Plaza de la Victoria, ofreciendo pasteles y tortas fritas o mendigando, lo que junto a las sobras que recibía de los conventos le permitía sobrevivir. Se hacía llamar “la Capitana” y solía mostrar las cicatrices de los brazos y relatar que las había recibido en la Guerra de la Independencia, consiguiendo solamente que quienes la oían pensaran que estaba loca o senil.
No conforme con su condición, el 23 de octubre de 1826 inició una gestión solicitando que se le abonasen 6.000 pesos “para acabar su vida cansada” en compensación de sus servicios a la patria y por la pérdida de su esposo y sus hijos. El expediente es firmado, en su nombre, por un tal Manuel Rico y se le agrega, en apoyo, una certificación de servicios del 17 de enero de 1827 firmada por el coronel Hipólito Videla. Cuando su solicitud llegó a ser tratada, el 24 de marzo de 1827, el ministro de Guerra de la Nación, general Francisco Fernández de la Cruz, rechazó el pedido recomendando dirigirse a la legislatura provincial, ya que no estaba “en las facultades del Gobierno el conceder gracia alguna que importe erogación al Erario”.
En agosto de 1827, mientras Del Valle, de 60 años, mendigaba en la plaza de la Recova, el general Juan José Viamonte, entonces diputado en la Junta de Representantes de la Provincia de Buenos Aires por los pagos de Ensenada, Quilmes y Magdalena, la reconoció. Tras preguntarle el nombre, exclamó: “¡Usted es la Capitana, la que nos acompañó al Alto Perú, es una heroína!”. Del Valle le contó entonces cuántas veces había golpeado a la puerta de su casa en busca de ayuda, pero que su personal siempre la había espantado como pordiosera.
Viamonte tomó debida nota y el 11 de octubre de ese mismo año presentó ante la Junta un proyecto para otorgarle una pensión que reconociera los servicios prestados a la patria. Recién en 1828, y luego de varias negativas, con un arduo debate iniciado por Tomás de Anchorena en defensa de Del Valle, se decidió otorgarle “el sueldo correspondiente al grado de capitán de infantería, que se le abonará desde el 15 de marzo de 1827 en que inició su solicitud ante el Gobierno”. A pedido del diputado por la ciudad Ceferino Lagos, se votó crear una comisión que “componga una biografía de esta mujer y se mande a imprimir y publicar en los periódicos, que se haga un monumento y que la comisión presente el diseño de él y el presupuesto”. Los diputados votaron el otorgamiento de una pensión de 30 pesos, desde el mismo día que María Remedios del Valle la había pedido, sin pagarle retroactivos por todos los meses en que no había cobrado nada.
El 28 de julio de 1828 el expediente fue pasado a la Contaduría General y el 21 de noviembre de 1829, Del Valle fue ascendida a Sargento Mayor de Caballería. El 29 de enero de 1830 fue incluida en la Plana Mayor del Cuerpo de Inválidos con el sueldo íntegro de su clase. Entre enero y abril de 1832, y entre el 16 de abril de 1833 y el 16 de abril de 1835, figuró en listas con sueldo doble.
El 16 de abril de 1835 fue destinada por decreto de Juan Manuel de Rosas, que el 7 de marzo de 1835 había asumido su segundo mandato como gobernador de Buenos Aires, a la plana mayor activa con su grado de Sargento Mayor. Le aumentó su pensión de 30 pesos en más del 600%.
En la lista, con detalle de su última pensión, del 8 de noviembre de 1847, una nota indica que “el Mayor de Caballería Doña Remedios Rosas falleció”.
Esta mujer de piel oscura y cabello crespo actuó por amor a su tierra en defensa de estos territorios, con el paso del tiempo se convirtió en una persona esencial en el conocido Ejército del Norte, pero, así como muchos luchadores campesinos e Indígenas, fue olvidada casi por completo. Con ella también murió su historia, que recién fue recuperada más de 150 años después por unos pocos historiadores.
Argentina es un país que, aunque muchas veces hace esfuerzo por ocultarlo, niega la historia e influencia africana e Indígena en su cultura, de muchas personas que decidieron y pusieron el cuerpo para ser la voz que quisieron callar, las acciones que intentaron ocultar, pero que hoy siguen resonando para que podamos vivir en el país verdaderamente pluriétnico que nos merecemos.